domingo, abril 27

Poesía en la primera infancia - María Elena Walsh - Parte 2

La poesía para niños es aparentemente escasa, pobre y poca entre nosotros, pero la maestra jardinera está en condiciones de incrementarla realizando su pequeña antología personal, hecha de fragmentos, de  consultas a viejas recopilaciones, tratando siempre de preservar lo que pertenezca al repertorio folclórico. Creo que no debe esperar demasiado que le ofrezcan cosas hechas, los manuales y tratados donde está diagramado, teorizado y desarrollado el programa a seguir. Creo que es más importante lo que la maestra puede ofrecer de su propia cultura personal, de su búsqueda y elección. Nunca está demás recomendar la frecuentación de las recopilaciones realizadas por don Rafael Jijena Sánchez. Él acostumbra incluir en sus antologías fragmentos apropiados para niños de muy distinta edad. Solo la maestra puede seleccionarlos según su criterio y su experiencia. Hace pocos instantes hablamos del poeta como artesano, y de la artesanía necesaria para crear la más sencilla coplita infantil. Supongo que ustedes se habrán preguntado por qué existen tan pocos poetas para niños. Y supongo también que esa pregunta tiene muchas respuestas. Yo solamente aventuraría algunas suposiciones. El escritor, que busca una comunicación  con sus semejantes, en general, no considera que el niño sea su semejante sino su inferior. Entre los literatos se suele considerar de manera un tanto despreciativa la actividad de escribir "para niños". Entre otras cosas, los niños no fabrican prestigios literarios: no escriben crónicas en los diarios ni otorgan premios ni ofrecen becas. Fuera de estas razones tangenciales sin duda existen otras mucho más profundas. Si indagamos un poco en la vida de los más importantes escritores para niños, tenemos la impresión de que han pagado muy cara su vocación. En general, han ofrecido una poesía brotada de la soledad y el dolor. Se han replegado en la búsqueda de la inocencia para conjurar una realidad amarga o sombría. Bastante conocido es el ejemplo de Andersen, el gran solitario. Preferiría comentarles muy epidérmicamente las vidas de los que considero los dos más grandes poetas para niños que hayan existido: Lewis Carroll y su contemporáneo y compatriota Edward Lear. Muchas cosas tenían en común estos dos ingleses. Una sobre todas: la de ser terrible, absoluta y espantosamente solterones. El caso de Lewis Carroll es por demás interesante y curioso. Podemos decir que es el poeta quien realmente puso el mundo patas para arriba, el hombre que tuvo la imaginación más desenfrenada en el mundo de la literatura infantil. Todo este juego insensato se basaba, por contradicción, en el orden implacable de una mente dedicada a la matemática y la teología. En una mente ceñida a la mayor rigidez de la Inglaterra puritana. Y digo deliberadamente su mente, porque de sus sentimientos sabemos poco y nada. La poesía de Carroll es una sana explosión en un mundo de rígida y a veces cruel sensatez. Parecidas características tiene la poesía de Lear su contemporáneo y quizá maestro, a pesar de que jamás hicieron mutua referencia de conocerse o estimarse.
Ambos fueron sabios ladrones de la tradición, creo que es la máxima fuente de inspiración de todo el que escribe para niños. Carroll en especial utilizó, a menudo parafraseando con gran soma, las viejas "Nursery Rhymes" y recreando a sus personajes. Su plural atención a la realidad lo llevaba incluso a deleitarse jugando en ocasionales expresiones de su época. A veces, un extrañio apelativo, una oscura referencia en alguna de sus obras no es sino una marca de aceite o de brillantina victorianas. Estos dos ingleses son dos extraños ejemplares: quizás los únicos poetas excepcionalmente dotados que se dedicaron a escribir solo para niños. Lo habitual es que un escritor solo dedique sus ratos perdidos a este tipo de creación, o que no sean lo fundamental de su obra. Supongo que Carroll y Lear escribieron exclusivamente para niños porque obedecían a impulsos muy profundos. Y de esta profundidad surge su eterno valor. Entre los poetas contemporáneos es un deber citar a uno que  escribió un maravilloso libro en medio de la tragedia. Uno de los mas hermosos libros de poesía para niños que se hayan escrito nunca: Chantefables, de Robert Desnos, poeta surrealista. En el París ocupado por los nazis, en medio de sus angustiosos trabajos en la Resistencia, en la clandestinidad y el miedo, pensó en los niños. Y en el libro que les dedicó se despidió de ellos y de la vida. Luego de jugar en un puñado de páginas con las flores y los animalitos de su tierra, Desnos fue arrestado y muerto en un campo de concentración. Una anécdota: tanto suele tenerse a menos el escribir para niños que cuando yo comenté el libro de Desnos ante un grupo de intelectuales franceses, se escandalizaron de oírme decir que era un libro para niños. Ellos, contradiciendo al autor, consideraban que era poesía a secas, poesía surrealista. Mucho más cerca de  nosotros se dio el caso de otra poesía para niños brotada de la soledad, y curiosamente desacertada en cuanto a comunicación con sus destinatarios. Ella misma reconoce su torpeza, en el conmovedor epílogo de Ternura. No podemos poner en duda el profundo amor de Gabriela Mistral por los niños, un amor también de "solterona", de mujer profundamente maternal y a quien la vida le había negado hijos. A pesar de su amor  de su prolongado ejercicio de la docencia, escribe una poesía que es en apariencia para niños, pero contaminada de prejuicios y preocupaciones sociales que la hacen prácticamente incomprensible para ellos. Gabriela Mistral realizó un intento de poesía para niños y si no lo consiguió, consiguió por lo menos despertar la conciencia de la gente que tiene en sus manos la responsabilidad de protegerlos y educarlos. Otro caso de soledad ahondada por la incomprensión del medio es el de nuestro querido José Sebastián Tallon. Tallon publicó su libro Las torres de Nuremberg demasiado temprano, hace ya 40 anos, cuando pocos se preocupaban no solo de escribir sino de comprender una vocación poética dedicada a los niños. Tallon tuvo en su vida poco reconocimiento a su labor. El consideraba que había obtenido un solo premio: el voto de Alfonsina Storni en un concurso y la declaración que ella hiciera posteriormente consagrándolo como uno de los libros más hermosos de nuestra poesía. Solo mucho después de su muerte se le reconoció el mérito enorme de haber abierto una brecha en la lengua española que hasta ese momento era  singularmente pobre en materia de poesía infantil. Tallon se inspiró muy poco en nuestra tradición. Sin duda lo enriquecía mucho más su propia infancia con reminiscencias de la tradición inglesa. Esta tradición -la de las "Nursery Rhymes"- es la mas rica y variada que conozcamos, de curiosa y fuerte  vigencia a través de los siglos. Solo en el siglo pasado empiezan a aparecer las primeras ediciones, que hasta entonces se habían  mantenido vivas por tradición oral. Hay un personaje -protagónico en la historia de la literatura para niños que se ha encargado de transmitirlas la niñera. En la Inglaterra puritana la niñera es un puente entre las distintas clases sociales: pone a los niños de las clases cultas en contacto con los refranes, las historias y los mitos populares de la "clase baja" de la que ella procede. Por otra parte, en los medios rurales, o en los hogares desposeídos, son las madres las que transmiten estas tradiciones; sus hijos. Ambas -madre o  niñera- parecen haber enmudecido para siempre entre nosotros. Solo la maestra jardinera puede seguir siendo puente entre la tradición y los niños. La tradición española -aunque de gracia chispeante en algunos fragmentos- tiene característica sombría, un eco casi constante de lobreguez. La muerte es tema protagónico de mucha poesía, de casi toda la destinada a "entretener" a los niños, como esa famosa canción " Ya se murió el burro" que acunará a tantas generaciones de niños, y muchas otras que narran historias más o menos siniestras de fatal desenlace. Algo de eso, pero mucho más atenuado, sucede con la tradición francesa. Dramáticos episodios históricos son familiares a los niños a través de una poesía tradicional llena de gracia y encanto, más dulce y sutil que la española, de la que es paradigma la famosa canción Mambrú o la bellísima del rey Renaud. 

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